Miguel llevaba una camiseta blanca de algodón suave y un pantalón gris. Parecía un universitario cualquiera.
No, espera... la verdad es que se había graduado hacía poco.
—Qué juventud... —suspiré, recostada en el sofá mientras observaba disimuladamente.
Mis ojos recorrieron de forma fugaz su figura: esas caderas estrechas, esa cintura definida...
—Magnífico... qué exquisito banquete visual —murmuré para mis adentros:— Ahora entiendo por qué las mujeres ricas mantienen modelos jóvenes.
Miguel se acercó cauteloso con el café en mano. Enseguida adopté una expresión seria y me sumergí en una revista como si nada.
Tomé la taza y di un sorbo. En cuanto Miguel se sentó, Lumbre saltó sobre sus piernas y comenzó a amasar con sus patitas el tejido gris.
Mi mirada se fijó de manera instintiva en ese movimiento rítmico... hasta que algo me llamó la atención.
Espera... ¿pantalón gris?
Sin querer, mis ojos se desplazaron unos centímetros más al norte.
—Qué... grande —la palabra escapó de mis labios