Los golpes de Ronan resonaban secos en la puerta de la habitación de Lucian. Una, dos, tres veces. Pero no hubo respuesta.—¡Lucian! —llamó Ronan, con la voz cargada de autoridad—. Abre la puerta, ahora.Silencio.Podía sentir la impaciencia de Ronan aumentar. Sus puños se cerraron a los costados, su mandíbula apretada, ese gesto que solo mostraba cuando estaba a punto de perder el control.—Déjame a mí —le dije suavemente, colocando una mano sobre su brazo.Me miró de reojo, su ceño aún fruncido, pero asintió. Me acerqué a la puerta, respiré hondo.—Lucian, soy yo —dije, con toda la dulzura que pude reunir—. Solo quiero hablar contigo. No estás solo, ¿sí? Puedes confiar en nosotros.Segundos. Largos. Nada.Ronan ya no esperó más. Empujó la puerta con fuerza y esta se abrió de golpe, golpeando la pared.La habitación estaba vacía.La ventana, abierta.La brisa de la noche entraba fría, agitando las cortinas con un movimiento burlón. Me acerqué al alféizar y vi las marcas en el marco, l
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