Todos los capítulos de Venganza de la Luna traicionada:¡Despertada por mi cachorro!: Capítulo 61 - Capítulo 70
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61. Elige con amor.
La luz se desvaneció tan rápido como había llegado, como un suspiro brillante que rasgó el velo entre mundos. El silencio que siguió no era natural. Era denso, reverente… como si el tiempo mismo se hubiera detenido a observar.Isolde abrió los ojos con el corazón desbocado, aún embriagada por el eco de la batalla, espera do ser atacada por Evelyn, pero ella no estaba alli. La caverna, con su humedad, su violencia, los recuerdos que tanto le habían dolido y su olor a sangre, ya no existía. No quedaba ni una sombra de piedra ni un solo rastro del combate que se había librado con la otra loba.A su alrededor se extendía un bosque antiguo, majestuoso, cubierto por un manto de niebla suave que brillaba bajo una luz azulada e irreal. Los árboles eran altos como torres y parecían custodios silenciosos de secretos olvidados. Sus copas se perdían en una penumbra estrellada, y sus raíces se enredaban como venas bajo un suelo vivo. Todo el lugar parecía respirar, como si el bosque mismo estuvie
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62. Ustedes son mi vida, Isolde. Tú y mi hijo…
Isolde tardó unos segundos en reaccionar. Su mirada se quedó perdida en el techo, como si buscara una respuesta en las sombras, antes de bajar, lentamente, hasta posarse en el rostro de su hijo. Sus dedos temblorosos acariciaron la mejilla cálida de Rowan, y un nudo espeso se le formó en la garganta. —¿Qué pasó? — susurró con un hilo de voz, como si la pregunta le quemara —. ¿Evelyn? ¿Dónde está?Damián dio un paso hacia la cama, su silueta recortada por la tenue luz que entraba por la ventana. Se sentó junto a ella con cautela, como si no quisiera romper la quietud sagrada de ese instante, y le tomó la mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los suyos.— Después de esa explosión de luz… cuando él gritó — señaló con un leve gesto de cabeza a Rowan — Evelyn simplemente… desapareció. No quedó ni una huella. Como si se hubiera deshecho en el aire. Solo quedabais vosotros dos, inconscientes. Dormidos. Pero no como un sueño normal… No respondían, no despertaban. — Hizo una pausa y a
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63. ¿Vas a jugarte la vida de tu hijo?
El silencio en la habitación era espeso, casi irreal. La ausencia de los brazos de Damián la dejaba fría, como si el calor de antes hubiera sido solo un espejismo. Se incorporó despacio, aún con el cuerpo entumecido, pero con una inquietud que le tensaba la piel. Había algo raro. Algo que no terminaba de encajar. Y entonces lo sintió. No necesitó darse la vuelta para saberlo. La presencia de Raven flotaba en el aire, densa, envolvente, cargada de extraño frío que pareció recorrerle la espina dorsal en un instante erizándole la nuca. — ¿Es que no vas a dejarme respirar? — dijo Isolde molesta por la interrupción, sin girarse — Acabo de despertar y ni siquiera me dejas disfrutar de este pequeño momento. — ¿Pequeño momento? — repitió Raven en voz baja, como si saboreara las palabras con desdén. Dio un paso más, lo justo para que su sombra la rozara. Su voz cambió, se hizo más áspera que podía sentir la molestia en sus palabras — ¿Con él? Isolde frunció el ceño. No se giró. No querí
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64. ¿Podemos hablar?... A solas.
El sol se derramaba entre las hojas, pintando el jardín con pinceladas doradas. La calma era un manto tibio, solo interrumpido por las risas cristalinas. Rowan, con el rostro encendido de alegría, rodaba sobre una manta extendida entre las flores. Isolde se inclinaba sobre él, cosquilleándole la barriguita, provocando sus pataleos felices.— ¡No, no, mamá! — chilló entre carcajadas cuando ella simuló morderle el costado — ¡¡Las cosquillas nooo!!— ¿Cosquillas no? ¿Seguro? A mí me parece que pides otra ronda... — replicó ella con una sonrisa pícara, antes de abalanzarse sobre él otra vez.La risa de Rowan llenó el aire, pura y ligera como campanillas. Por un instante, el mundo se redujo a ellos dos, un oasis de sol, hierba y flores. Su pequeño universo. Su santuario.Isolde lo contempló con el corazón oprimido. El mismo tono de cabello azabache. La forma almendrada de los ojos. Y esa pequeña mueca al sonreír... era su viva imagen.Entonces, una punzada la alertó. No un sonido, sino una
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65. No me mientas.
— ¿Por qué me mientes? — murmuró él, tan cerca que su aliento acariciaba su rostro. ¿Cuándo se había acortado la distancia entre ellos? Su calor la envolvía como una caricia invisible, empapándola hasta nublarle el juicio, como si su mera presencia bastara para acallar cualquier atisbo de razón — ¿Por qué me niegas algo tan evidente… como que todavía me amas?Isolde alzó el rostro, con la firme intención de negarlo con la mirada… pero se encontró inmersa en la profundidad de sus ojos, tan próximos que apenas podía respirar. Aquella mirada. Esa maldita mirada que conocía demasiado bien, la que tantas veces había hecho temblar su alma, la que le arrebataba la voluntad con solo existir. — No hagas esto… — susurró sintiendo como su corazón parecía querer salirse de su pecho, pero su cuerpo permaneció inmóvil, petrificado. — Ya lo estoy haciendo — respondió él, y su voz fue un suspiro cálido que se fundió con su piel. Se inclinó, rozando con la punta de su nariz la delicada línea de su
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66. Solo quiero saber si es verdad.
La voz de Raven hendió el aire como un cristal roto, obligando a Isolde a girar sobre sus talones. Un escalofrío helado le recorrió la espalda al ver al lobo avanzar lentamente hacia ellos, su presencia imponente y cargada de una calma tensa que presagiaba una tormenta inminente. Su rostro, habitualmente sereno y enigmático, se había endurecido en una máscara de celos feroces, una rabia contenida que brillaba en sus ojos como fuego oscuro, y la certeza brutal de una verdad que pendía sobre ellos como una espada a punto de caer.—Rowan es mi hijo —espetó Raven, cada sílaba cargada de una posesividad salvaje, sus ojos clavados en Damián con una intensidad que parecía querer desgarrarle el alma— Yo lo crié. Yo lo protegí.Y aunque no era su sangre la que corría en las venas del niño, esas palabras no eran mentira. Porque Raven había sido todo para Rowan. Porque había estado allí cuando su mundo se vino abajo, cuando Isolde no sabía si lograría levantarse de nuevo. Había sostenido a Rowan
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67. No estoy negociando.
Isolde caminaba por los pasillos del castillo, cada paso un eco sordo en el silencio pétreo. Su mente seguía presa del doloroso enfrentamiento con Damián y Raven, un nudo apretado en el pecho que dificultaba la respiración. Cada zancada resonaba con un eco hueco, como si el propio castillo, con sus frías paredes de piedra, absorbiera su pesar. Sin embargo, al alcanzar la puerta de la habitación de Rowan, una tenue luz se filtró bajo el umbral, y su corazón se aligeró apenas un instante.Abrió la puerta con una lentitud casi reverente y sonrió con una ternura agridulce al ver a su hijo dormir plácidamente, envuelto en la serenidad de las sábanas. La luz de la luna, pálida y espectral, se colaba por el alto ventanal, acariciando con plata su rostro angelical. Se acercó en silencio, los ojos fijos en el suave ascenso y descenso de su pequeño pecho, el único ritmo constante en su mundo convulso.Se arrodilló junto a la cama, la mano temblándole ligeramente al acariciar su cabello suave co
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68. No puedes obligarme.
Isolde tragó saliva con dificultad, el corazón golpeándole el pecho con una fuerza dolorosa. Podía sentir su aliento cálido en su rostro, percibir el calor que emanaba de su cuerpo, la tensión palpable que vibraba en el escaso espacio que los separaba... si es que aún quedaba alguno.—No tienes derecho a... —intentó decir, pero la frase se quebró en su garganta, ahogada por la opresión.—Tengo todos los derechos —la interrumpió él con un murmullo grave, sus ojos oscurecidos por una posesión implacable—. Porque te casaste conmigo. Porque eres mía.Ella lo miró con la mandíbula tensa y los ojos brillando con una mezcla de rabia contenida y una emoción más profunda, más turbia, que se negaba a reconocer.Isolde dio un paso lateral, intentando escapar de su encierro, pero su espalda ya había chocado contra la fría madera de la puerta. No tenía a dónde huir. Damián estaba frente a ella, una presencia imponente que la eclipsaba, y esa mirada suya no dejaba resquicio para el desacuerdo.—Est
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69. Eres un arrogante.
— No…Susurró Isolde, su voz quebrándose como un hilo fino que se disolvió en el silencio. No entendía del todo qué estaba ocurriendo. Estaba atrapada en ese instante extraño en el que su corazón quería correr, pero su cuerpo se mantenía inmóvil, como si el tiempo mismo hubiera decidido suspenderse. Frente a ella, Damián estaba sentado en el borde de la cama, los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas. Estaba quieto, tan completamente inmóvil que parecía una estatua, pero la tensión que emanaba de él lo hacía más real que nunca.Sus ojos, sombríos y fijos en los de ella, no suplicaban. No había rastro de ansiedad, ni de urgencia. Solo esa calma, tan suya, tan insoportablemente serena, que parecía conocerla mejor de lo que ella misma se conocía.Y eso… eso la hizo hervir por dentro.Cólera. Por él, por ella misma, por la maldita historia enredada entre los dos. Por todo lo que había dolido, todo lo que aún escocía.—Eres un arrogante de mierda —escupió con voz áspera, r
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70. Mi esposa, mi mujer, mi luna.
El aire en la habitación se había vuelto denso, cargado de una tensión palpable que vibraba entre ellos como una cuerda de arpa a punto de romperse. Las palabras de Damián, ese gruñido grave y posesivo, resonaron en el silencio previo al contacto, hiriendo como un arañazo en la piel sensible de Isolde. No había súplica en su voz, solo una certeza brutal, un reclamo ancestral que parecía emanar de lo más profundo de su ser.Y entonces, la tomó.No fue una caricia, ni una invitación suave. Fue una posesión calculada, una invasión lenta y deliberada que incendió cada terminación nerviosa de Isolde. Cada centímetro de su avance fue una declaración tácita, una promesa oscura tejida en la fricción de sus cuerpos. Sus ojos oscuros, intensos, no abandonaron los de ella ni por un instante. Necesitaba ser testigo de su rendición, sentir la forma en que su cuerpo se abría a él, la aceptación silenciosa que florecía a pesar del torbellino de emociones que la embargaba.Un escalofrío recorrió la e
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