64. ¿Podemos hablar?... A solas.

El sol se derramaba entre las hojas, pintando el jardín con pinceladas doradas. La calma era un manto tibio, solo interrumpido por las risas cristalinas. Rowan, con el rostro encendido de alegría, rodaba sobre una manta extendida entre las flores. Isolde se inclinaba sobre él, cosquilleándole la barriguita, provocando sus pataleos felices.

— ¡No, no, mamá! — chilló entre carcajadas cuando ella simuló morderle el costado — ¡¡Las cosquillas nooo!!

— ¿Cosquillas no? ¿Seguro? A mí me parece que pides otra ronda... — replicó ella con una sonrisa pícara, antes de abalanzarse sobre él otra vez.

La risa de Rowan llenó el aire, pura y ligera como campanillas. Por un instante, el mundo se redujo a ellos dos, un oasis de sol, hierba y flores. Su pequeño universo. Su santuario.

Isolde lo contempló con el corazón oprimido. El mismo tono de cabello azabache. La forma almendrada de los ojos. Y esa pequeña mueca al sonreír... era su viva imagen.

Entonces, una punzada la alertó. No un sonido, sino una
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