Altagracia respiró agitada, completamente incrédula por lo que escuchaba. —Eso no es cierto, ¿cómo que jefa? —le preguntó al mesero, y él no dejaba de apuntarles con el arma. —Así como lo está escuchando, ella es la dueña y señora de este lugar. Le exijo respeto. —el hombre estuvo a punto de apretar el gatillo, y Elizabeth, con total tranquilidad, levantó la mano y movió la cabeza. —Tranquilo, Enzo. Baja el arma, que yo puedo resolverlo sola.Ramiro estaba todavía más confundido con lo que decía Elizabeth y no podía apartar los ojos de ella. —Esto debe ser una puta broma —espetó con desprecio. —Mírate, no estás ni cerca de ser una jefe y mucho menos dueña de este lugar, no me cojas las huevas.—Mi amor, Ramiro, no te preocupes, cariño. Mi hermana siempre ha sufrido de delirios. Mírala, ¿cómo va a ser ella la dueña de este lugar? Por favor, es incoherente—soltó Altagracia, forzando una risa. Ramiro seguía sin apartar la mirada. —Ramiro, mira, ella debió contratarlos para que se hic
Leer más