La noche cayó, y poco a poco los invitados comenzaron a despedirse. Denis y Dante se encargaron de los gemelos, mientras Elizabeth y Xavier permanecían juntos, contemplando el mar en silencio.
—Me has hecho el hombre más feliz del mundo, cariño —dijo Xavier, acercándose a ella para besarle la frente.
—Y yo soy la mujer más feliz, Xavier —respondió ella con una sonrisa tenue, bebiendo un sorbo de su copa. Luego fijó la vista en el horizonte, y un escalofrío recorrió su espalda. La boda había terminado, al igual que la celebración, era el momento adecuado para decirle la verdad.
No podía seguir postergándolo. Guardar ese secreto la mantenía en constante tensión, y aunque amaba a Xavier con todo su corazón, no podía seguir mintiéndole, mucho menos sabiendo todo lo que estaba a punto de desencadenarse. No sería justo para él.
—Elizabeth, tengo que decirte algo —dijo Xavier de pronto, tomando su mano. Su expresión se volvió seria al instante.
«¡Dios mío, lo sabe todo!», pensó Elizabeth, si