484. LA VISITA DE HELEN
Miré a Cristal, que permanecía en la cama, inmóvil y hermosa. Solté su mano con cuidado, sintiéndome dividido entre el deseo de quedarme y la necesidad de enfrentar lo que fuera que Helen había venido a revelar.—Si despierta, díganle lo que estoy haciendo —dije enseguida. No quería alejarme, pero debía averiguar qué quería esa mujer. —No me tardo.Mi suegro asintió con aprobación. Maximiliano, en cambio, permanecía en silencio, con el ceño ligeramente fruncido, mirando a su hermana.—Lo haremos si despierta. Ve y regresa rápido. De seguro quiere verte cuando lo haga —dijo mi suegro, sentándose en la silla al lado de la cama.—No lo creo, mi suegro —dije con un suspiro cargado de tristeza—. Pero no me importa si me odia, cuidaré de ella y de mi hijo.Salí de la habitación,
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