DAMIÁN ASHFORD—¿En serio tengo que soltarlos? —preguntó Lucien escurrido en mi sofá, estrechando a los mellizos que colgaban de sus brazos, risueños y cómodos, acurrucados sobre su pecho—. Es que están muy suavecitos y huelen a bebé. —Mami… nos agrada mucho el tío Lucien —dijo Victoria con una gran sonrisa. —¡Sí, él es genial! —exclamó León, con los hombros casi en las orejas, escurrido dentro del abrazo de ese mafioso asqueroso. Entorné la mirada con desconfianza. No me gustaba la cercanía que tenía Lucien con mis hijos, me revolvía el estómago. Cuando estaba listo para arrancar a mis mellizos de sus brazos, Camille se acercó lentamente, meciendo a su hijo. Apenas lo vi por el rabillo del ojo, el niño empezó a patalear y balbucear de manera adorable. Cuando me di cuenta ya estaba sonriendo y estirando las manos para alcanzarlo. Era una chispa de alegría, rubio como su madre, y su mameluco de león solo lo hacía ver más adorable. Lo acuné en mis brazos y acaricié sus mejillas mien
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