Stella llamó a Mayra, para informarle que abandonaría la casa y el país ese mismo día, por si quería verla, pero apenas la llamada se cortó, Marina que sostenía la canasta donde iban los dos bebés, musitó con voz quebradiza y cargada de preocupación. Marina ajustó la manta que cubría a los pequeños mientras continuaba con su reflexión, observando cómo sus diminutos pechos subían y bajaban con cada respiración inocente, ajenos al torbellino de circunstancias que los rodeaba desde su nacimiento.—¿Vamos a seguir escapando toda nuestra vida? —Stella la miró intrigada—probablemente él ya sepa sobre la existencia de los niños, ¿Crees que se quedará de brazos cruzados? —hizo una pausa mientras acomodaba un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja—Yo creo, que no dejara de buscarte durante toda su vida, y eso lo sabes, lo sé yo, incluso lo sabe tu amiga. Entonces, tendremos que vivir escondiéndonos, desconfiando de todos, porque no sabes quién trabaja para él, y quién no. —Un mundo de
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