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¿Quien es usted?
Stella intentó abandonar la oficina, pero Sebastián la detuvo del brazo con firmeza, en un gesto que revelaba su desesperación por no dejarla marchar así, sin resolver la tensión que se había instalado entre ellos como una muralla.Los dedos masculinos se cerraron en torno a su delicada piel, no con brusquedad sino con la determinación de quien siente que está perdiendo algo valioso. El contacto despertó en ambos una corriente eléctrica, mientras el silencio de la oficina parecía amplificar cada latido de sus corazones acelerados.—Aún no hemos terminado —pronunció él con voz profunda, con un matiz de súplica que no pasó desapercibido para ella, quien conocía demasiado bien cada inflexión de aquella voz que tantas noches había susurrado promesas ahora rotas en la intimidad de sus oídos.—Yo ya he terminado —respondió, sacudiéndose de ese agarre con un movimiento decidido que evidenciaba su resolución de no ceder ni un centímetro ante quien una vez tuvo todo el poder sobre sus emo
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Un prueba de su descendencia.
El abogado Choez abandonó las instalaciones de la empresa. Una vez en su automóvil, extrajo su móvil del bolsillo interior de su saco y, marcó el número telefónico de la residencia Arteaga. La voz de la ama de llaves resonó, informándole que Stella no se encontraba en la mansión y que no había dormido la noche anterior, no durante la mañana. Agradeció y finalizó la llamada. Tras un momento de reflexión mientras continuaba su trayecto decidió buscarla a casa de Mayra, la única amiga cercana que Stella tenía.Era el único lugar lógico donde podría encontrarla, considerando las limitadas conexiones sociales que la joven mantenía en la ciudad.Al traspasar el umbral de aquella vivienda: dos mujeres similares se encontraban ante él, compartiendo rasgos faciales tan idénticos que por un instante creyó estar experimentando una alucinación.Quedó momentáneamente paralizado, incapaz de articular palabra alguna mientras su mirada analítica transitaba entre ambas figuras femeninas, estudi
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¿Siempre huiremos?
Stella llamó a Mayra, para informarle que abandonaría la casa y el país ese mismo día, por si quería verla, pero apenas la llamada se cortó, Marina que sostenía la canasta donde iban los dos bebés, musitó con voz quebradiza y cargada de preocupación. Marina ajustó la manta que cubría a los pequeños mientras continuaba con su reflexión, observando cómo sus diminutos pechos subían y bajaban con cada respiración inocente, ajenos al torbellino de circunstancias que los rodeaba desde su nacimiento.—¿Vamos a seguir escapando toda nuestra vida? —Stella la miró intrigada—probablemente él ya sepa sobre la existencia de los niños, ¿Crees que se quedará de brazos cruzados? —hizo una pausa mientras acomodaba un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja—Yo creo, que no dejara de buscarte durante toda su vida, y eso lo sabes, lo sé yo, incluso lo sabe tu amiga. Entonces, tendremos que vivir escondiéndonos, desconfiando de todos, porque no sabes quién trabaja para él, y quién no. —Un mundo de
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Sus hijos.
Al no encontrar a Stella, Sebastián había ido a buscarla a cualquier parte, con el corazón latiendo desbocado y la angustia consumiéndole como fuego lento.Sus ojos, enrojecidos buscaban en cada rincón de la calle, escudriñando entre las personas que transitaban, esperando ver su silueta en algún punto del horizonte urbano. El viento otoñal, frío e indiferente, golpeaba su rostro mientras recorría cada calle, cada parque.Así llegó a la casa de Anderson Valencia, sintiendo que cada segundo que pasaba era una eternidad.Necesitaba, con la urgencia de quien se aferra a su última esperanza, hablar con ese hombre, y exigirle que le dijera dónde estaba su esposa.Estaba convencido que el doctor Valencia, siendo el esposo de la única y verdadera amiga que Stella había considerado digna de su confianza, debía saberlo todo sobre su paradero actual. Cuando llegó a la residencia de los Valencia, la empleada le comunicó que el doctor no se encontraba en casa, que había tenido que salir h
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