La noche era fría y el cielo estaba cubierto por un manto oscuro que apenas dejaba pasar la luz de la luna. Andrés conducía con el ceño fruncido, su mandíbula tensa y las manos firmemente sujetas al volante. A su lado, Carlos respiraba profundamente, tratando de calmarse, pero era evidente que la situación lo afectaba más de lo que quería admitir.El trayecto hacia la delegación se hizo eterno. El tráfico nocturno parecía ralentizar cada minuto, y cada semáforo en rojo solo aumentaba la frustración de Andrés. Cuando finalmente llegaron, estacionó el auto de golpe y salió rápidamente, sin siquiera esperar a su tío.—Vamos, tío —dijo, cerrando la puerta con fuerza.Carlos suspiró y salió con más calma. Su andar era pausado, no solo por la edad, sino por la carga emocional que llevaba encima. Entraron juntos a la delegación, un lugar iluminado con luces blancas y frías, que le daban un aire aún más sombrío al ambiente. Un par de oficiales estaban sentados en escritorios desordenados, rev
Leer más