Sebastián
La risa de Isabella, celebrando el dinosaurio de su pastel, chocó con la realidad brutal del documento que sostenía en mis manos. Un examen de paternidad. La amenaza de mi madre no era por dinero; era por el linaje y el control.
Apreté la mano de Aitana, sintiendo cómo se tensaba al leer por encima de mi hombro el nombre del bufete de abogados.
—No vamos a arruinarle el cumpleaños —susurré, forzando una sonrisa hacia los invitados que nos observaban.
—La quiere destruir, Sebastián —dijo Aitana, su voz un hilo apenas audible—. No le importa el linaje; quiere arrebatarme lo único que me queda, mi dignidad como madre.
—Yo no voy a permitir que esto llegue a un juzgado. Lo resolveremos en la mansión.
Hicimos nuestra actuación final: cortamos el pastel, felicitamos a Isabella y nos despedimos de los invitados. Julián se fue con una sonrisa que me pareció cargada de sospecha. Sabía que algo no andaba bien.
Apenas la última limusina se fue, y el personal empezó a desmontar la deco