45. Monstruos de la Guerra
El amanecer trajo silencio, pero no paz.
La tormenta de nieve se había disipado, y en su lugar quedaban colinas blancas que brillaban bajo la luz del sol como campos de cristal. El aire aún era frío, pero más soportable. Xavier salió de la cueva primero, su figura recortada contra el paisaje invernal.
—La tormenta se ha calmado —informó—. Es hora de continuar.
Dayleen asintió débilmente desde el interior. Aunque su fiebre había bajado, su cuerpo seguía exhausto, como si la nieve le hubiera robado una parte de su fuerza. Sin embargo, su determinación seguía intacta.
Comieron provisiones envueltas con cuidado por los lobos de Tierra: pan de raíz, frutos secos, trozos de carne ahumada. Ninguno habló demasiado. Todos sabían que los peligros no habían terminado.
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Retomaron el camino a caballo, avanzando con cuidado por una zona donde los glaciares parecían tener vida. Las piedras resbalaban, el viento silbaba entre grietas estrechas, y el mundo se sentía ajeno. Com