47. ¿Le coquetea a mi mate?

El camino hacia la manada de Aire no era tan apacible, justo como Xavier lo había prometido.

El viento era más fuerte conforme avanzaban, y los árboles, aunque aún verdes en la copa por su altura, parecían sacudirse por miedo. Dayleen lo sintió primero. Un estremecimiento en su pecho, como si su loba quisiera advertirle algo, pero no tuviera palabras para explicarlo.

—¿Lo sientes? —preguntó en voz baja.

Xavier asintió desde su caballo. Sus ojos azul profundo escrutaban el horizonte con desconfianza. Había algo raro en el ambiente.

La bruma se hizo más espesa cuando llegaron al límite del cañón que conectaba con las tierras altas de la manada de Aire. Lo que encontraron les robó el aliento.

—El puente… —murmuró Annika.

Dayleen clavó la vista. No quedaban más que escombros dispersos y trozos de cuerda colgando al vacío. El paso original estaba destruido, y no parecía ser un acto al azar, se veía reciente. Otra vez, alguien tratando de no dejarles avanzar.

Solo un loco se atrevería
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