Valeria suspiró con amargura, viendo cómo Alice jugaba sola en la mesa más alejada del restaurante, en una esquina que casi nadie usaba. —Val, ya deja de pensar —su amiga Emma se acercó a ella y la abrazó con un suspiro—, Alice va a estar bien. —Eso dice ella, pero tiene seis años, ¿qué puede saber? —dijo Valeria intentando aguantarse las lágrimas. —Bueno, es una niña genio —sonrió Emma—, con seis años sabe más que tú y que yo. —Es una niña genio a la que no le gusta que la toquen, apenas come, tiene ansiedad social y no sé cuántos trastornos diagnosticados precisamente por ser demasiado inteligente —replicó Valeria—. Debería estar en una escuela especializada, para niños como ella donde la ayuden… ¡donde la ayuden a ser feliz porque es evidente que yo no puedo! Valeria escondió la cara entre las manos y sollozó con desesperación. Alice era una niña que requería cuidados especiales; y un trabajo como mesera, aun a tiempo completo, aun doblando
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