El sol comenzaba su lento descenso, pincelando el cielo con pinceladas suaves de naranja cálido y coral delicado. El mar, antes inquieto, parecía exhalar un suspiro de calma, sus olas lamiendo la orilla con una suavidad casi reverente, despidiéndose también del día. Hugo caminaba descalzo junto a Chiara y Bernardo por la arena húmeda y fresca, dejando tras de sí un rastro de huellas desiguales, pequeñas y grandes danzando juntas. La brisa marina les acariciaba el rostro, cargada con el aroma salino y la promesa de la noche.Los niños, con la energía inagotable del atardecer, parloteaban sin cesar. —¡Mira, papá! ¡Un cangrejito! —exclamó Chiara, su voz aguda llena de asombro mientras se agachaba con una emoción palpable.Bernardo, con los ojos entrecerrados como un pequeño explorador, comentó con curiosidad—: Ese parece que camina de lado. ¿Tú sabes caminar así?Una sonrisa iluminó el rostro de Hugo. Sin decir palabra, comenzó a imitar al cangrejo, moviéndose lateralmente con pasos exag
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