Gris.
Esa era la palabra que se ajustaba a mi estado de ánimo en los días siguientes al cumpleaños de Carla, y lo mejor de todo era que nadie podía culparme.
Otro estornudo salió a toda velocidad, haciéndome cerrar los ojos con fuerza, y lastimando mi garganta todavía más de lo que estaba.
Sorpresa, también estaba enferma. Bueno, era lo más lógico, teniendo en cuenta que regresé a casa esa noche con una fina lluvia cayéndome encima. No habían pasado ni dos horas, y ya tenía la nariz roja y una fiebre de casi cuarenta grados.
Unos suaves toques en la puerta hicieron que desviara la atención hacia ahí.
— Adelante— concedí con voz ronca.
Parecía un hombre hablando, toda ronca y grave.
Mis mejores amigas entraron dando saltitos de alegría y con enormes sonrisas en la cara. No habían podido venir a verme antes porque justo estaban dando algunos repasos en la escuela para las actividades evaluativas que hacían cada final de semana. Yo llevaba los