Después De Que El Amor Se Desvanece
En una cena de negocios, mi esposo, un pintor talentoso, usó sus manos aseguradas por millones para pelar cangrejos a su asistente.
Todo con tal de que la muchacha inapetente comiera algo.
Mientras yo, para conseguirle inversores, me desangraba por beber y le pedí que me diera un medicamento para el estómago.
Pero me lo negó titubear, —Mis manos son para pintar, ¿acaso no tienes las tuyas?
En diez años, ni siquiera quería cambiar su excusa.
En esa noche con el viento helado, estaba sobria, y llamé a un abogado para redactar el divorcio.
—Jaime Olías, a partir de ahora, nuestros caminos se separan en este mundo cambiante.