Dominio Absoluto del Amor
En aquel entonces, ella provenía de una familia adinerada, tan deslumbrante como una rosa en flor, con una sensualidad irresistible, y era la diosa invencible del círculo social.
Él, por su parte, era su guardaespaldas personal, silencioso y apuesto, acompañándola en su crecimiento y protegiéndola. Ella nunca supo de dónde venía realmente.
Cuando se reencontraron, él ya era un hombre poderoso, el tío de su prometido, un personaje influyente en la Ciudad de México, temido y respetado por todos.
Para salvar a su hermano menor, ella sostuvo una copa de vino y suavemente brindó con él: —Señor Buenfil, le ofrezco un brindis.
El hombre jugaba despreocupadamente con un cigarro en su mano, preguntándole con indiferencia: —Señorita Villanueva, ¿cuánto crees que vales?
El mundo lo veía como un hombre frío y elegante, alguien que no se acercaba a las mujeres, casi como un monje.
Pero para ella, él era un hombre paranoico que rozaba la locura, con un deseo de posesión y control tan fuerte hacia ella. La mantenía atrapada en la palma de su mano y la obligaba a compartir con él noches de placer.
Más tarde, ella se reagrupó y, en nombre de su padre, volvió a destacar en el mundo de los negocios. En las conversaciones de facilidad, competía con los hombres por el control, pero siempre se mantenía alejada del mundo de él.
En un banquete de negocios donde se reunían los poderosos y las celebridades, ella llegó de la mano de su prometido, luciendo un elegante vestido que resaltaba su figura esbelta.
Y ahí estaba él, el hombre que siempre evitaba las apariciones públicas, presente de manera inesperada. Bajo su calma exterior se ocultaba un deseo ardiente. La envolvió en sus brazos y susurró en su oído: —Rompe tu compromiso, o no puedo garantizar su seguridad. Tienes que ser mía.
Ella se alejó suavemente de sus brazos y respondió con una sonrisa: —Ernesto, mi gente no es algo que puedas manejar a tu antojo.
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