CAPÍTULO 39.
La luna filtraba su luz a través de las copas de los árboles, bañando el bosque en un resplandor pálido y frío. Entre las raíces retorcidas de un gran roble, la pequeña Emma yacía inmóvil, su cuerpecito cubierto de tierra y hojas. Su respiración era débil, apenas un murmullo entre el silencio de la noche.
Un crujido en la maleza alertó a los depredadores nocturnos. Ojos brillantes surgieron de la penumbra, reflejando el plateado de la luna. Eran lobos, pero no pertenecían ni a Valragh ni a Shadowfang. Sus pelajes eran de tonos grises y pardos, sus miradas feroces pero llenas de inteligencia.
—¿Qué es eso? —gruñó uno de ellos, adelantándose con cautela.
—Una cachorra humana —respondió otro, su voz profunda y sorprendida.
El más grande del grupo, un lobo de pelaje cenizo y cicatrices en el hocico, avanzó y olfateó el aire con precaución.
—Esperen… —su voz se tornó más seria—. Tiene el aroma de Valragh.
Los lobos se miraron entre sí, sorprendidos.
—¡Kael! —susurró el más joven—. Huele a