Narrado por Teo
Amanecía.
La luz filtrada por las persianas dibujaba líneas tenues sobre la colcha revuelta. El aire en la habitación tenía ese olor tibio que solo existe en los cuartos donde alguien ha dormido de verdad. No de manera superficial o alerta, sino de ese sueño profundo, entregado, como si por un momento el mundo entero dejara de doler.
Y yo… yo había dormido. Dormido de verdad.
Me tomó unos segundos recordarlo todo. La noche anterior. Su cuerpo junto al mío. El modo en que me miró cuando le acaricié la mejilla con torpeza. El silencio que siempre nos rodeaba como una niebla, pero que ayer no fue un obstáculo, sino un idioma compartido.
Karina estaba ahí, a medio giro, con la sábana hasta la cintura y el cabello alborotado cayéndole como hilos de tinta sobre la almohada. Dormía con los labios entreabiertos, una mano cerrada sobre su pecho, como si aferrara algo invisible. Tenía esa manera infantil de cerrarse al mundo que me resultaba desconcertante. Frágil. Hermosa.
No ha