La noche seguía perfecta. El postre había llegado— un volcán de chocolate con helado—. Karina ya se había convencido de que no solo Fabio era guapo, dulce y divertido, sino que además sabía compartir el último pedazo sin drama. Eso era señal de hombre confiable.
Rieron. Hablaron. Y cuando ya estaban por levantarse de la mesa, el teléfono de Fabio vibró sobre la mesa.
—¿Todo bien? — preguntó Karina al ver que él la miraba con el ceño fruncido.
Fabio no respondió enseguida. Leyó el mensaje. Frunció aún más el ceño. Luego bajó el teléfono sin decir nada, pero el brillo en sus ojos se había ido.
—Perdón… — dijo él finalmente—. Tengo que hacer una llamada rápida. ¿Me das un minuto?
—Claro.
Se levantó, fue hacia la puerta del café y contestó mientras alejaba unos pasos.
Karina lo observaba a través del cristal: hablaba en voz baja, con el cuerpo tenso. Algo en él había cambiado.
Cuando volvió, ya no sonreía.
—¿Todo bien? — insistió ella, esta vez más seria.
Fabio dudó. Tomó aire.