VOLVIENDO A CASA.
El helicóptero aterrizó al atardecer en una pista pequeña.
El cielo estaba teñido de oro y la banda, como si la naturaleza quisiera celebrar el regreso de alguien que había estado demasiado tiempo lejos.
Isabella bajó primero, ayudando a su madre con cuidado. El aire olía distinto: menos salado, más limpio, más humano.
Había coches, luces y personas. Lo que antes sonaba ruidoso, ahora se sentía como señales de vida.
Las autoridades estaban a la espera. También hay médicos, periodistas… y ambulancia. Pero no todo era desorden.
Existía otra persona.
Una señora mayor, amiga de la familia, con las manos en la boca, está llorando.
Cuando los padres de Isabella bajaron del helicóptero, corrieron sin pensarlo.
Isabella se apartó por un momento, observando la escena, permitiendo que sus padres se reencontraran con la realidad.
Fue en ese momento cuando Sebastián se acercó.
— Lo hiciste — dijo sonriendo. Los trajiste a traer.
—Sí, —respondió Isabella—. Los traj