La mañana en la mansión Montero comenzó con un aire de anticipación. Isabella y Sebastián se preparaban para asistir a una reunión social en la ciudad, organizada por miembros de la familia Montero y aliados diplomáticos. Era un evento elegante, donde cada gesto, cada conversación y cada sonrisa contaba, y ellos debían representar no solo a su familia, sino también la historia de alianzas y respeto que ahora compartían.
—Recuerda, Sebas —dijo Isabella mientras se ajustaba el vestido—. No es solo un evento social. Cada movimiento cuenta, cada palabra tiene peso.
—Lo sé —respondió Sebastián, tomando su mano—. Pero confío en ti y en nosotros. Lo haremos juntos, como siempre.
Al llegar, fueron recibidos por Adam y la Señora Montero, quienes les presentaron a diplomáticos, empresarios y miembros de la nobleza extranjera. Isabella se movía con naturalidad, pero con la mente alerta, consciente de que incluso en la calma social podían surgir desafíos.
—Isabella, Sebastián —saludó un diplo