La mañana en la mansión Montero amaneció tranquila. Los rayos del sol se filtraban por los grandes ventanales, iluminando los pasillos decorados con cuadros centenarios y estatuas de mármol. Isabella y Sebastián habían decidido aprovechar el día para conocer en profundidad la estructura y los asuntos de la familia Montero, que ahora también eran parte de sus responsabilidades.
Adam los recibió en la biblioteca principal, un espacio imponente lleno de estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de libros antiguos, documentos de negocios y archivos familiares. La luz natural iluminaba un escritorio de caoba donde descansaban varios planos y contratos.
—Hoy comenzaremos con la organización de los negocios familiares —dijo Adam, con el porte de un conde—. Hay inversiones, propiedades y relaciones diplomáticas que requieren atención inmediata. Isabella, Sebastián, quiero que se familiaricen con esto.
Sofía, que se unió a ellos, revisaba los archivos digitales mientras comentaba al