La sala de contención bajo la mansión Fernández estaba diseñada para resistir cualquier intento de evasión. Muros de aleación reforzada, cámaras térmicas, y campos inhibidores de señales lo aislaban del mundo. Sentado al centro, esposado a una silla metálica y con el rostro ensangrentado, se encontraba el rehén, un agente clave del Trono Escarlata.
Isabella lo observaba desde detrás del cristal con los brazos cruzados. Su rostro era una máscara de hielo, pero sus ojos, intensos, temblaban de furia contenida.
—¿Estás lista? —preguntó Sebastián a su lado.
Ella asintió. —Quiero mirar a los ojos al hombre que nos entregó.
Vanessa y Elías les siguieron cuando las puertas se abrieron.
El rehén levantó la cabeza lentamente, con una mueca burlona. Tenía un ojo morado, sangre seca en los labios y la ropa rasgada, pero aún conservaba un aire de arrogancia.
—Qué honor… ser visitado por la heredera y su séquito —murmuró con voz áspera—. ¿Van a golpearme o ya pasamos a las preguntas?