Capítulo Dieciocho: Enfermo

Odio este hospital. Aleka vino anoche a verme, en medio de risas convulsionó, e intenté ayudarla, pero mi fuerza solo dio para presionar el botón de auxilio. Acudieron a mi habitación, la resucitaron, y con cada choque mi corazón emprendía una velocidad acomedida. Los instrumentos la devolvieron a la vida. Estuve en la orilla de la camilla a punto de caerme por la ausencia de vigor en sus ojos, eran solo tinieblas.

En otras noticias, soy el paciente que no se la pasa en las sombras, camina en medio y ni un enfermero nota mi presencia, además, el olor metálico hospitalario empieza a adherirse a mi piel, y eso me hará residente eternamente.

Aprovechando mi invisibilidad, me escabullo por las escaleras de emergencia y subo hasta la azotea. Los bombillos lucen como luciérnagas a esta distancia.

—No son nada —susurro sentándome en el borde.

—¿Por qué no

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