Vio en su teléfono marcar las nueve, entonces el agujero en su estómago se abrió un poco más, tanto que debió sacar el aire por su boca para no sentir que esa imaginaria abertura se llevaba todo de su interior.
Guardó el celular y movió la cabeza de un lado a otro, lentamente, sintiendo cómo se jalaban los músculos del cuello, entonces respiró profundo de nuevo y se obligó a pensar que a primera hora no debía ser obligatoriamente la primera hora de trabajo, probablemente era solo una expresión y por eso Chase podría llegar en cualquier momento del día.
Leobardo se talló la cara con algo similar a la frustración y, tras girar su cuello sobre sí mismo, dio media vuelta para ir a su escritorio, entonces escuchó la puerta de su oficina abrirse y giró para encontrarse con lo que menos estaba esperando ver.
Ahí, frente a él, empujando la puerta y con un abdomen preciosamente abultado, estaba una rubia capaz de robar todo de sí con su sola presencia, prueba de ello era que el ejecutivo que t