Rafael la observaba con los ojos entrecerrados, su ceño fruncido acompañado de un silencio que taladraba la mente de Olivia. Era entonces cuando debía tomar sus cosas y desaparecer, dejar de lado esa conversación con Julieta e importarle muy poco lo que creyeran de ella.
—¿Mi esposa? — inquirió con duda, la voz era leve, pero Olivia la sintió en el alma, contuvo el aliento, asintió levemente con los ojos hechos agua —. Yo no tengo esposa… — quiso ponerse en pie, pero sintió el dolor en sus piernas. Rafael palideció, soportó un quejido de dolor.
—No te muevas, te lastimarás más — trató de detenerlo, pero recibió un manoteo por parte de él. Golpeó su mano, Olivia se retiró asustada.
Rafael volvió a recostarse, cerró los ojos.
—Déjame solo… — ordenó.
Olivia se quedó helada mirándolo, volvió a escuchar su voz y salió de aquella habitación sin saber qué hacer, cerró la puerta y esperó en el pasillo, con una de sus manos en su boca, intentando parar esas emociones que le rompían por dentro.