Capítulo 37. ¡Por ser esta nuestra primera vez!
Lizbeth estaba loca por gritarle “ya tócame condenado”, pero se mordía la mejilla interna hasta sangrar; de sus ojos salían lágrimas de placer reprimido y necesitado. Cuando Sebastián la giró dejándola boca abajo quiso llorar, de verdad quiso hacerlo, el desgraciado le había besado entera, pero sin llegar a donde debía.
Se removió sintiendo unas cosquillas cuando los mismos labios que chuparon sus pechos, vientre y muslos, estaban sobre su nuca, dejando besos húmedos, y pausados a lo largo de su columna vertebral, hombros, caderas y nalgas.
Las mordidas suaves eran realmente deliciosas. Lizbeth olvidó su enojo, y con ojos cerrados disfrutaba dejando escapar gritos leves y bajos, que parecían ronroneos.
Abrió los ojos como platos enormes cuando las manos fuertes de Sebastián elevaron sus caderas, y los dedos se pasearon con sutileza por el encaje de los hermosos cacheteros que a él le parecían sexy. Los deslizo despacio y besando al compás la piel expuesta.
—Como…. — vocifero Lizbeth