Capítulo dieciocho. Una explicación tardía

Los días fueron pasando para felicidad de Emma, sus padres se acercaron un poquito y la tensión ya no podía cortarse con tijeras como antes.

—¿Estás feliz, enana? —preguntó esa mañana el tío Gerald mientras la llevaba al colegio. Era su primer día luego de su hospitalización y ella habría deseado que sus madres la llevaran, pero su mamá tuvo que atender a un cliente muy importante en la Galería y su padre tenía una reunión, pero prometió llegar para recogerla por la tarde.

—No sé de lo que hablas, tío. Será mejor que pongas atención en la carretera, o papá te cortará las…

—¡Niña! —gritó espantado el francés.

—¡Las manos! ¡Las manos! —dijo la niña ahogando una risa con su pequeña mano.

—Eres

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