La suite en Ginebra se había convertido en una celda de reflexión forzada. El triunfo público sobre Alistair Vance tenía el regusto amargo de una verdad a medias. Samuel no podía dejar de analizar los datos, desmenuzando cada byte de la intrusión en el sistema audiovisual del foro.
—La elegancia es la misma—murmuró, pasando imágenes de código comparativo a la pantalla principal—. La firma digital, aunque enmascarada, tiene un ritmo idéntico al ataque al Claroscuro. Vance es un teórico, un arquitecto. Pero esto… esto es arte aplicado. Necesita un ejecutante.
Gabriel, de pie junto a la ventana con los brazos cruzados, asintió.
—Vance habló durante el interrogatorio preliminar.Dice que contrató a un «especialista en adquisición de narrativas» a través de foros encriptados. Solo se comunicaban por canales de un solo uso. Lo llamaba «el Artesano». Nunca vio su rostro.
—Un mercenario digital—concluyó Clara. Estaba pálida, las horas de tensión acumulándose—. Pero uno con un estilo muy partic