Al terminar la última persona, solo quedaba Fernanda sin hacer su exhibición.
Sin embargo, se le notaba un gesto de desprecio en el rostro. Para ella, Gabriela debía estar siendo hipócrita o quizá no tenía el nivel para juzgar a nadie.
Justo cuando Fernanda estaba a punto de hacer su demostración, Gabriela sonrió y dijo:
—Ya está cerca la hora de la comida. Desayuné muy temprano y… ¡ya me muero de hambre! ¿Vamos a comer?
—¡Sí!
—¡Mariscos, allá vamos!
—¡Pienso comer hasta que Marcela llore viendo la cuenta!
El grupo recibió la idea con gritos de entusiasmo. Fernanda, que había adelantado medio paso para empezar a bailar, se detuvo sin decir nada y retiró el pie.
—¿Te animas, Fernanda? —preguntó Marcela.
Cruzada de brazos, la joven levantó su bolso y, sin dignarse a mirar al resto, contestó:
—No, gracias. Vayan ustedes.
Acto seguido, salió de la sala sin volver la vista atrás.
—Está molesta —comentó Marcela a Gabriela en voz baja.
—¿Y a nosotros qué nos importa? —replicó alguien del grup