Gabriela a veces creía que esas gentes de las familias adineradas, con tanto dinero a manos llenas, parecían tener una imaginación desbordada a la hora de idear modos de fastidiar al prójimo.
UNA HORA MÁS TARDE
En la puerta de la comisaría, Gabriela vio a Cintia salir con un aspecto realmente desaliñado. Tal como Álvaro sospechaba, media hora antes, la familia Saavedra había llamado diciendo que todo había sido un malentendido: la sirvienta supuestamente había intercambiado los obsequios de Año Nuevo de Cintia con la valiosa gargantilla de esmeraldas, por lo que solicitaban retirar la acusación. En realidad, ni siquiera hubo caso oficial: Kian, al enterarse, fue de inmediato a gestionar la liberación de Cintia.
—¡Cuñada…!
Cintia, al verla descender del auto, sintió un nudo en la garganta. Sin poder contenerse, corrió a los brazos de Gabriela con lágrimas que se desbordaban.
—¿No peleaste con nadie, cierto? —Gabriela le acarició la mano, buscando señales de golpes.
Con el temperamento d