—¡Cómelas tú! ¡Todas!
Aunque ella no se mostró especialmente amable, Álvaro igual sonrió con satisfacción. Pensaba: «Más vale que me regañe a que me ignore». Peor sería que lo tratara como a alguien invisible y no intercambiara palabra alguna con él.
Cuando regresaron a la hacienda, ya casi era la hora de la comida. Los abuelos Rojo y Cintia habían almorzado y ahora descansaban. Alicia corrió a mandar que sirvieran la comida.
Gabriela subió a cambiarse de ropa; bajó con un atuendo cómodo de casa. Para su sorpresa, Cintia se encontraba en la mesa hablando muy animada con Álvaro. A juzgar por su sonrisa, la mañana de aprendizaje con Oliver había resultado bastante fructífera.
—¡Cuñada! —exclamó Cintia al verla, tendiendo los brazos de forma zalamera.
Gabriela se acercó y Cintia, sin dudarlo, la rodeó por la cintura, alzando la vista:
—¿Me compraste fresas?
—Sí. —Gabriela extendió la mano y le acarició la mejilla a Cintia—. ¿Y cómo te fue en la lección?
—¡El abuelo es increíble! —exclamó