Álvaro giró ligeramente su anillo de bodas. Al oír el nombre de Noelia, su expresión se ensombreció aún más.
Entonces Gabriela se levantó, con la mirada tranquila y distante, posándola en Teresa, quien la observaba como si fuera su última tabla de salvación.
—Señorita Ponce, ¿nunca has escuchado ese viejo dicho? «Si cometes una falta, asúmela; si mereces un castigo, acéptalo».
Teresa abrió los ojos con terror y negó con la cabeza. Intentó seguir rogando, pero no le dieron tiempo. Gabriela, con un tono frío pero suave, sentenció:
—No te voy a perdonar.
—¡Gabriela! ¡No puedes hacerme esto! —exclamó Teresa, presa del pánico, avanzando de rodillas para intentar aferrarse a la mano de Gabriela.
Kian reaccionó de inmediato y la inmovilizó contra el piso. Álvaro le dirigió a Teresa una mirada de fastidio, y luego se volvió hacia Gabriela:
—Si no quieres verla más, haré que se retiren ahora mismo.
La tía de Teresa, claramente inquieta al notar que la situación se salía de control, se apresuró