—Ahora sigue con el cangrejo — indicó al cabo de unos segundos.
El cangrejo, con sus pinzas al aire, parecía dispuesto a contraatacar, pero Álvaro lo inmovilizó de un solo movimiento y terminó lavándolo sin la menor complicación.
Gabriela no supo qué decir ante tal eficacia. Una vez que tuvieron todos los ingredientes listos, Álvaro continuó siguiendo las indicaciones para sofreír, sazonar y poner el cronómetro.
Terminó y le sonrió a Gabriela:
—Esto es más entretenido de lo que pensaba.
Gabriela se cruzó de brazos y lo miró fijamente. «¿Será que cuando Dios repartió dones, a los más apuestos también les tocó ser genios?» se preguntó.
Luego, sin más, le hizo un ademán con el pulgar, sin cambiar la expresión impasible en su rostro, y se dio la vuelta para salir de la cocina.
Álvaro, por su parte, no dio importancia a la cara de pocos amigos de Gabriela; ese simple pulgar arriba lo hacía tan feliz como si acabase de cerrar un gran negocio.
—Amor, si se te antoja algo especial, dímelo. Est