6. EL SEÑOR MINETTI  

Andy es doctor como yo, bueno, él ya lo es; yo todavía tengo que graduarme. Sin embargo, ambos trabajamos en este hospital. Me vuelve a abrazar y besar, pero trato de alejarme, nunca me han gustado esas muestras de cariño en público, mucho menos en el hospital.  

—¡Suéltame! Odio cuando haces eso. ¿Y ese milagro que hayas venido hoy? —pregunto realmente sorprendida, ya que siempre soy yo quien tiene que andar detrás de él desde que nos conocimos en la escuela.  

—Tu mamá me llamó ayer para preguntarme si sabía de ti; estaba muy preocupada. También te llamé y no me respondiste. ¿Dónde te metiste ayer? ¿Te casaste, por casualidad, sin mí? —me dice sonriente, burlándose, pero me deja sorprendida. Lo miro seria y me separo de él.  

—Perdí mi teléfono. Y ya conoces a mamá, discúlpala. Solo me demoré en avisarle que iba a hacer doble turno —le explico, usando la misma mentira que le dije a mi mamá.  

—¿Doble turno? ¿Dónde? Fui a tu área y nadie te había visto en todo el día. Pregunté a todos y nadie supo darte razón. Dime la verdad, ¿dónde estabas ayer? ¿No estarás engañándome? —insinúa de nuevo, y ya me estoy molestando.  

—¡Eso es porque me asignaron al área de cirugía! ¡Estuve todo el día allí! —respondo realmente molesta.  

Se queda mirándome un momento, pensativo, como si estuviera decidiendo si creerme o no. Por suerte, ya había hablado con mi amiga cirujana para que respaldara esta historia. Yo la he cubierto montones de veces con sus cosas, era lo mínimo que podía hacer por mí.  

—Ah, era eso. Pensé que estabas haciendo algo más. Ya sabía que no era nada… Tú serías incapaz de dejarme —dice con seguridad, como si lo único importante fuera asegurarse de mi fidelidad. Luego cambia de tema—. ¿Así que ese equipo multidisciplinario de excelentes doctores, que se reunió corriendo esta mañana, era para tu hermana?  

—¿Qué quieres decir? —pregunto con extrañeza. —La enfermera me dijo que evaluaban a algunos pacientes seleccionados bajo ciertos criterios para un nuevo tratamiento.  

—¿Ah, sí? —contesta sorprendido—. Debo haber escuchado mal.  

—¿Qué escuchaste? —insisto, ya que todo este asunto también me parece muy extraño. Nunca antes había sucedido algo similar.  

Me cuenta que oyó decir que el mayor accionista del hospital exigió la reunión de todos los especialistas para evaluar a un paciente. Tanto fue así, que interrumpieron consultas, y el propio director del hospital fue quien organizó todo.  

—¿Y por qué piensas que es para Luci? —replico, confundida. —Eso debe ser para alguien más o para otro tipo de enfermedad que nada tiene que ver con mi hermana.  

—Es verdad, no puede ser ella —responde con desdén, y luego añade—. Tu familia no tiene dinero como para algo así.  

—¡Andy, no seas cruel! Puede que no tengamos dinero, pero cuando se trata de Luci, ella recibe el mejor tratamiento que existe. —Le grito, molesta.  

A veces es demasiado cruel con sus palabras, y esta no es la primera vez que hace comentarios que me irritan profundamente. Me hace preguntarme, en muchas ocasiones, qué hago con él. Si no fuera por los años que llevamos juntos, y porque ambos entendemos el estrés de nuestro trabajo, probablemente no seguiría con él. Andy parece darse cuenta por mi expresión que me ofendió, y enseguida se acerca como siempre hace en estas situaciones.  

—Disculpa, Lili, no fue eso lo que quise decir —dice, como si quisiera escapar—. Bueno, me voy. Estoy ocupado. No te veré en todo el fin de semana; tengo mucho trabajo y otros asuntos que resolver.  

—Está bien, yo también estoy muy ocupada —le respondo seca, aún molesta.  

Me pongo de pie para alejarme de él, pero me agarra y me abraza a la fuerza. Me da unos besos sonoros en la mejilla mientras me ruega que no me moleste, diciendo que lo dijo sin pensar. Trato de zafarme, pero no puedo. De pronto, un sonido gutural detrás de nosotros lo obliga a soltarme, y ambos nos giramos.  

No puedo creer quién está parado a medio metro de nosotros, con una expresión seria y mirada inquisitiva. ¡Ahora sí la liaste, Lilian! ¡Trágame tierra!  

 Me he quedado congelada de verlo como me mira inquisidoramente, por encima de sus espejuelos que ha deslizado un poco. Siento que de sus ojos salen dos rayos taladrándome. Instintivamente me aparto de Andy, dejando el pasillo libre. Él me sigue mirando unos segundos, inclinando levemente la cabeza. ¡No lo puedo creer, me ha hecho sentir como si me hubiese agarrado engañándolo! ¿Pero qué locura es esta?

Termina de mirarme, luego mira a sus hombres que se apostan a cierta distancia, todos mirándome con cara de pocos amigos. Mientras el señor Minetti está vestido con un traje gris impecable, que realza aún más su elegancia, comienza a caminar despacio, pasando muy lentamente por mi lado, rozando imperceptiblemente con mi brazo, y midiendo a mi novio con una sola mirada, alejándose.

Todo parece suceder en cámara lenta. Minetti se detiene un instante al lado de Andy, que lo contempla con una mezcla de admiración y desconcierto. Eso hizo que se viera algo insignificante a su lado.  Andy es el clásico chico estudioso, con ojos hermosos pero sin un porte que se destaque. Al lado del señor Minetti, es imposible no notar las diferencias.  

 Minetti es realmente imponente: alto, con un cuerpo fuerte y atlético. Su cabello, entre peinado y ligeramente alborotado, deja caer un rizo sobre su frente. Lleva gafas elegantes que cubren sus penetrantes ojos, y un cigarrillo apagado descansa en su boca. Camina con seguridad, como si el mundo le perteneciera, jugando despreocupadamente con una cadena en sus manos.  

 Antes de entrar en la habitación de los doctores, desliza ligeramente sus gafas con un dedo, permitiéndome ver nuevamente su intensa mirada. Mi corazón late desbocado; siento que mis piernas apenas pueden sostenerme.  

—¡Vaya! Para él debe haber sido que reunieron al equipo médico —exclama Andy a mi lado, devolviéndome a la realidad.  

—Debe ser —murmuro con un hilo de voz, sintiendo cómo todo mi cuerpo tiembla incontrolablemente.  

—¿Estás bien, Lili? —pregunta, preocupado.  

—¿Quién, yo? ¿Por qué me lo preguntas? —respondo con una risa nerviosa—. ¡Claro que estoy bien! ¿Por qué debería ponerme nerviosa por ver al señor Minetti?  

—¿Conoces a ese señor? —indaga Andy, intrigado, puedo ver que su curiosidad aumenta. 

—¿Yo? No, no, no, claro que no lo conozco. No tengo ni idea de quién pueda ser el señor Minetti —respondo apresuradamente, pero me recrimino internamente cuando noto su expresión: ¡Lilian, por el amor de Dios, cállate y contrólate!

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App