51. LA VERDAD
Minetti alza una ceja, notando mi expresión de pánico. Por un momento, parece considerar si merece la pena tranquilizarme o dejarme sumida en mi propia incertidumbre. Finalmente, habla con ese tono bajo pero imponente que deja claro que no hay espacio para negociar.
—No te vio nadie. Y sí, te llevé. El doctor en Francia había dicho que necesitabas operación —se inclina un poco hacia mí, lo suficiente para que su presencia domine el espacio entre nosotros—. Pero Rufo dijo que no. Que solo debes cuidarte mucho. Te mandó antibióticos y esos calmantes. Así que no debes salir de aquí.
No puedo evitar dar un paso atrás. Mis pensamientos se arremolinan y Andy regresa a mi mente como un puñal: sus palabras, sus promesas, lo que todavía espera de mí. ¿Qué clase de explicación le daría si alguna vez se enterara?
—Debo irme —murmuro, casi más para mí que para él—. Es a mi casa, ya le dije a mamá que me caí de una bicicleta. No se preocupe, voy a estar bien.
—Iré contigo —dice con firme