50. DE REGRESO A ROMA

Tiro de la mano de Alessandro, que no se ha separado de mí ni un instante. Se inclina al sentir que tiro de su brazo.

—¡Llévame de aquí, vámonos a Roma ahora mismo! —le pido asustada, sintiendo que mi vida se me está escapando.

Por un momento, Alessandro no responde. Su mirada se encuentra con la mía, cargada de ese brillo oscuro, frío y calculador. Es como si estuviera sopesando las posibilidades, como si mi petición fuera una más de las innumerables decisiones que toma para mantenerse un paso adelante.

—Ya nos vamos, Lili, ya nos vamos —responde finalmente, inclinándose para tomarme en sus brazos.

Pero justo antes de cargarme, se escucha afuera el frenar de varios autos y cómo entran corriendo.

—¡Señor, ya casi están aquí! ¡Tenemos que irnos! —grita Humberto.

El doctor Luciano nos indica la puerta trasera mientras le entrega una bolsa e intenta explicarle a Minetti cómo ponerme las transfusiones.

—Señor, nos da tiempo a entrar en nuestro auto. Está blindado —insiste Hu
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