49. HERIDA DE BALA
Por un instante, creo que mis gritos lo afectan. Sus facciones, normalmente duras y calculadoras, se suavizan apenas. Pero solo un momento. El Minetti que tengo frente a mí no es un hombre que flaquea; es alguien que controla cada detalle, incluso cuando el mundo se está desmoronando. La mirada que me lanza luego, intensa y llena de certezas, me dice que no voy a ganar esta pelea.
—¡Humberto, haz lo que te pido! ¡Ahora! —ordena, con una voz que no admite objeciones.
El auto derrapa violentamente hacia una carretera secundaria. Siento de nuevo el tirón en mi herida y no puedo evitar soltar un gemido. Su mano derecha va a mi cintura, presionando con fuerza en el lugar donde más duele, como si con su fuerza pudiera detener lo inevitable.
—¡Señora Minetti, deje de gritar y vamos ahora mismo a un hospital! —me ordena con voz potente, sacándome de mi histeria y haciéndome reaccionar.
—No voy a parar en ninguna farmacia, Lili, así que deja esa idea en tu cabeza —me dice autoritario—.