102. MEJORES AMIGOS

LILIAN:

—¿Qué le pasa?— me pregunto al sentirlo tan mandón. Cierro mis ojos tratando de dormir, pero el dichoso gallo canta y canta sin parar. Me levanto pensando que, si lo agarro, no va a hacer el cuento; le meteré un tiro para que deje de cantar. ¡Por Dios, Lilian! ¿Qué es eso de meterle un tiro al pobre animal? Te estás convirtiendo de veras en una mafiosa. Tengo que volver a lo mío, o me volveré loca.

—No, usted no hizo nada —se detuvo mirándome fijamente—. Precisamente eso es lo que me pasa, que no me hizo nada.

—¿Qué quiere decir? ¿Y si no le hice nada, por qué está tan gruñón?— Me mira fijamente sin hablar, mueve su cabeza.

—No tiene nada que ver con usted, Lilian, son cosas mías —y me da la espalda, caminando rumbo hacia las armas—. Ahora abríguese bien y vamos.

Y aquí vamos por el medio de la nieve, disparando a todo lo que me pide que dispare, hasta que se apiada de mis manos azules y regresamos. Realizo un baño caliente, comemos y regresamos a nuestra casa en la
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