 Mundo de ficçãoIniciar sessão
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Olivia Blake abrió los ojos con un sobresalto. El techo desconocido, la suave luz filtrándose por las cortinas y el olor a alcohol mezclado con perfume masculino le confirmaron lo impensable: no estaba en casa. El dolor en su cuerpo, la desnudez bajo las sábanas arrugadas y las imágenes difusas de la noche anterior —manos firmes tocándola, besos intensos que le robaban el aliento— le golpearon la mente como ráfagas. Un escalofrío le recorrió la piel.
Quiso levantarse, cubrirse, huir… pero la puerta se abrió de golpe.
—¡Olivia! —la voz de su padre, Dereck Blake, resonó como un trueno en la habitación. Su figura se recortó en el umbral, rígida, con el rostro desencajado entre furia y preocupación.
Tras él apareció Maia, su hermana gemela, fingiendo angustia mientras sus ojos se clavaban en la cama deshecha, en las sábanas manchadas. Una chispa maliciosa brilló en su mirada antes de esconderla tras una máscara de horror.
—¿Qué ha pasado aquí? —exigió Dereck, avanzando a grandes zancadas.
Olivia sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. No pudo hablar. El rostro de su padre se endureció aún más al descubrir las marcas rojizas en su cuello, la ropa tirada por el suelo como pruebas condenatorias.
—¡Esto es inaceptable! —rugió, señalando la cama con el dedo tembloroso—. ¡Está más que claro lo que ocurrió!
—Papá… no es lo que parece… —balbuceó Olivia, abrazándose a la sábana.
—¡No nos mientas! —la interrumpió él con un ademán brusco—. Todos estábamos buscándote, llamándote, y ahora entiendo. ¡Te estabas revolcando con un hombre!
—¡No! —sollozó ella—. Yo… no recuerdo nada… alguien me…
No alcanzó a terminar. Dereck levantó la mano y la bofeteó con tal fuerza que la cabeza de Olivia giró hacia un lado. El dolor le ardió en la mejilla.
—¡Basta de excusas! —bramó.
En ese instante, Olivia contempló a su hermana celebrando con evidente júbilo, y comprendió de inmediato que ella estaba detrás de todo lo ocurrido. Sin embargo, consciente de su frágil posición dentro de la familia Blake, sabía con absoluta certeza que, aunque revelara la verdad, su padre jamás le daría crédito.
—Papá… por favor… —susurró ella con lágrimas cayendo sin control.
El segundo golpe fue aún más brutal. El labio inferior de Olivia se partió, tiñendo la sábana de rojo. Maia bajó la vista, fingiendo conmoción, pero sus labios temblaron en un gesto que no era de llanto, sino de satisfacción.
Maia se inclinó junto a su hermana, fingiendo compasión.
—Papá, por favor, no le pegues más. Tienes que comprender que, al venir del campo y sin educación, ella no entiende lo que significa la decencia.—Mira tu propio cuerpo —espetó Dereck—. ¿Todavía te atreves a negarlo? No eres nada a comparación de tu hermana. Ella si es una Blake que le ha traído honor a la familia.
Mientras Dereck empezaba a caminar hacia la puerta, lanzando una última mirada de desprecio a su hija, Olivia se quedó allí, arrodillada en el suelo, con la sombra de Maia proyectándose sobre ella.
—Recoge tus cosas y vuelve a casa —ordenó Dereck sin mirarla—. Esto no ha terminado.
La puerta se cerró de golpe, dejándola sola con Maia. Su hermana finalmente dejó escapar una sonrisa de satisfacción mientras se inclinaba para susurrarle al oído:
—¿Lo ves, hermana? —susurró, inclinándose sobre ella—. Nadie te cree. Y aunque grites la verdad… seguirá siendo inútil.
Las lágrimas de Olivia se mezclaron con la sangre en su boca. En el fondo, sabía que Maia tenía razón, jamás le creerían.
…
Más tarde
Maia Blake estaba reclinada en un elegante sillón de su habitación, la luz cálida de la lámpara bañaba sus facciones mientras sostenía una copa de vino tinto. Sonreía con deleite, contemplando a través del ventanal el paisaje nocturno de la ciudad. Todo había salido según lo planeado: Olivia había sido despojada de su inocencia, su padre había presenciado la escena vergonzosa y ahora la reputación de su hermana quedaría manchada para siempre.
—Ahora sí, papá se dará cuenta de quién merece realmente su respeto… —susurró para sí, paladeando otro sorbo de vino.
El sonido vibrante de su celular la sacó de su ensueño. Frunció el ceño al ver el número desconocido, pero al contestar reconoció de inmediato la voz del hombre que había pagado para arruinar a Olivia.
—Vaya, no esperaba tu llamada —dijo ella, fingiendo entusiasmo—. Has hecho un gran trabajo. No te imaginas lo agradecida que estoy…
—No cantes victoria todavía —la interrumpió el hombre con voz grave.
El gesto de Maia se tensó.
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no cumpliste con tu parte?
Hubo un silencio breve, casi incómodo. Luego, el hombre soltó la bomba:
—No estuve con tu hermana. Alguien más entró a esa habitación antes que yo.
Maia se quedó helada, su copa tembló en su mano.
—¿Cómo que alguien más? ¿Quién? —exigió con un hilo de voz.
—Pude conseguir el video de la cámara de vigilancia del hotel. Te lo mandaré. Será mejor que lo veas con tus propios ojos.
El corazón de Maia se aceleró. Colgó la llamada y, segundos después, un archivo de video llegó a su celular. Con dedos nerviosos lo abrió.
En la pantalla, observó cómo Olivia tambaleaba al entrar en aquella habitación de hotel, vulnerable, desorientada. Minutos después, la imagen mostró a un hombre alto, de porte imponente, ingresar tras ella y cerrar la puerta. La cámara no captó más, pero bastó para que un escalofrío recorriera el cuerpo de Maia.
La copa de vino resbaló de su mano, derramándose sobre la alfombra, olvidada.
El hombre del video no era otro que Max Brook.
El nombre retumbó en su cabeza como un trueno. Max Brook, el magnate que dominaba el mundo empresarial de la ciudad, un hombre cuya influencia alcanzaba hasta los cimientos del poder político y financiero. Nadie osaba enfrentarlo. Nadie.
Maia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Su plan, que había imaginado perfecto, acababa de convertirse en una pesadilla. Involucrar a Olivia con Max jamás había estado en sus cálculos. Si ese video salía a la luz, no solo quedaría expuesta su conspiración… Max mismo podría buscarla, y entonces, su vida estaría en verdadero peligro.
El miedo la rodeó como un velo helado, inmovilizándola. Sabía que debía actuar rápido. Debía decidir si ocultar el video, destruirlo o… utilizarlo.
Pero con Max Brook, un movimiento equivocado podía significar su final.









