¡Que Hablen de Mi!
¡Que Hablen de Mi!
Por: Alicia
1- La propuesta

Capitulo- 1 La propuesta

El olor a alcohol médico se mezcló con el aftershave que siempre usó Ernesto, como si el tiempo se hubiera detenido en el quirófano. Victoria Montaldo se sentó al lado de la cama, su mano envolviendo la de su padre—débil, fría, con las uñas arrugadas por la enfermedad.

Ernesto abrió los ojos lentamente después de un mes en coma inducido, su mirada borrosa se centró en ella, y soltó un susurro que apenas se oyó: “Hija… casada… antes… irme…”

Victoria apretó su mano, fingiendo una sonrisa aunque las lágrimas le quemaran las pestañas. “Lo sé, papá. Lo haré.”

Esa fue la tercera vez que él repetía la misma frase en el día. El médico había dicho que el ACV isquémico le dejaba poco tiempo de vida , yque seguro su único deseo era verla “protegida” por un marido. Ella, que había jurado no confiar en nadie después de ver a Fabián—el hombre en quien creyó—y a Valerie—su mejor amiga—en el despacho, solo podía pensar en una solución: un matrimonio falso.

Cuando salió del hospital, su auto se dirigió directamente al Hotel Montaldo. El lobby estaba lleno de huéspedes, pero su mirada se fijó en el despacho de gerencia: Samuel Duarte estaba allí, revisando una hoja de inventario con la misma serenidad que había mostrado en la entrevista.

Recuerda la entrevista de ayer—ella lo puso a prueba con un escenario de caos, y él respondió con claridad: “Mantengo la calma y priorizo el equipo”. También recordó la carta que él guardaba en el bolsillo durante la entrevista: un aviso de embargo de la casa de su madre.Eso fue lo que vio accidentalmente cuando se agachó para recoger la mochila. En ese momento, la oficina de Victoria Montaldo era un bloque de hielo perfectamente decorado. Samuel Duarte permanecía de pie frente al escritorio de mármol, sintiendo el peso de su mirada gélida.

—Duarte —la voz de Victoria cortó el aire como una cuchilla—. Cierre la puerta.

Samuel obedeció. Cuando se dio vuelta, ella ya no miraba papeles. Lo observaba a él, como si fuera un problema a resolver.

—Su casa o la de su madre. Está embargada. —No era una pregunta. Era un hecho, arrojado sobre la mesa como un guante de desafío.

Samuel contuvo la respiración. ¿Cómo lo sabía?

—Sí, señorita Montaldo.

“No voy a dar vueltas”, dijo Victoria, con la voz que usaba para tomar decisiones—firme, sin vacilaciones, pero con un matiz de vulnerabilidad que apenas se notaba. “Mi padre está muriendo. Su último deseo es verme casada. Yo necesito un marido falso. Tú necesitas dinero para pagar la deuda de tu madre. Hacemos un pacto de matrimonio.”

El silencio invadió el despacho. Samuel miró el papel, luego a Victoria, y notó el brillo de lágrimas que ella intentaba ocultar en el rincón de los ojos—diferente de la “Reina de Hierro” que había visto ayer al despedir a un gerente por incompetencia.

“¿Un pacto?” repitió él, con voz baja.

“Un contrato de confidencialidad”, explicó ella, sacando otra hoja de su bolso. “Durará hasta que mi padre se vaya. Después, nos divorciamos. Yo cubro tu deuda, y tú te haces pasar por mi pareja en frente de él. Nadie más lo sabe. ¿Aceptas?”

Samuel permaneció en silencio, su mente un torbellino. Recordó que cuando el Sr. Ernesto enfermó repentinamente ese día, él estaba terminando un check-out en la recepción. Ese día su desempeño había dejado a Ernesto sorprendentemente satisfecho,se lo había dicho esa mañana. En medio del caos, vio a Victoria agarrando con fuerza la mano de su padre.

Recordó también la furia helada de Victoria al despedir al gerente anterior y recordó la carta de embargo que llegó a su casa , la amenaza concreta de perder el último pedazo de su madre.

—Es una mentira —logró decir, casi sin aire.

—Es una mentira piadosa —corrigió ella, implacable—. Y será legalmente vinculante. Un contrato de confidencialidad que lo obligará a guardar las apariencias y le hará pagar lo que corresponde más daños y perjuicios,si la verdad se descubre. ¿Lo entiende?

Sus ojos, del color de una tormenta inminente, no se apartaban de los suyos. Desafiándolo. Retándolo a negarse.

—¿Por qué yo? —preguntó Samuel, buscando una lógica donde solo parecía haber locura.

—Porque necesita el dinero, pero no es un oportunista como Fabian. Porque es lo suficientemente inteligente para mantener las apariencias, y lo suficientemente discreto para guardar un secreto. Y porque a mi padre… —dudó por primera vez—, a mi padre le cae bien.

El silencio se extendió. Samuel podía oír el latido de su propia sangre en sus oídos. Era una locura. Arriesgada. Humillante, quizás.

Pero también era la única tabla de salvación para la casa de su madre.

Y, en el fondo de esa locura, había algo en la fragilidad oculta de Victoria, en el peso monumental de su petición, que le impedía decir que no.

—Bien —dijo Victoria, interpretando su silencio como aquiescencia. Tomó una carpeta y la deslizó hacia él—. Son las cláusulas. Léalas. Fírmelas. La función comienza ahora.

Samuel tomó la carpeta. Sus páginas pesaban como plomo. Acababa de vender su futuro a la Reina de Hierro a cambio de una mentira. Y no tenía idea de cuánto cambiaría ese pacto sus vidas para siempre.

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