Capítulo 75. El peso del prejuicio

Verónica mantuvo la cara gacha llena de vergüenza por haber sido encontrada a centímetros de Mauricio.

El sacerdote los miraba con duda.

—No podía creerlo cuando los vi. ¿Qué les pasó? —Preguntó.

—Es un malentendido —dijo Mauricio al levantarse e ir con el padre—. Tuve una pelea con un hombre, nos denunciaron, pero el hombre me amenazó con un arma de fuego.

—Déjame ver que averiguo.

El padre los dejó solos de nuevo y fue a hablar con el policía corrupto.

Después de diez minutos regresó con un policía muy joven que sin usar llave, solo un tirón abrió la pequeña celda.

Ni Verónica ni Mauricio hicieron comentario alguno, salieron del comando.

Verónica quería alejarse, pero Mauricio la tomó del brazo.

—Esperemos al padre Julián.

Verónica ni sabía cómo se llamaba, en la reunión ella estaba demasiado concentrada en no vomitar y no había escuchado mucho.

—Él debe estar ocupado.

—No, ya venía, y tiene carro.

—Podemos tomar un taxi.

—Verónica, ya perd
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