Conectados.
El despacho olía a tabaco y ron añejo.
Anya se secó las lágrimas con el dorso de la manga del vestido, sin elegancia alguna. No le importaba. Tampoco le importaba que Edward siguiera parado ahí, con la mirada perdida y el cuerpo tambaleante. Parecía más delgado y deprimido. Como si se hubiera desvanecido lentamente y ella no lo hubiera notado.
—Este lugar apesta demasiado. —Murmuró mientras abría las cortinas sin permiso. La luz del sol entró sin previo aviso, iluminando el suelo y todo el lugar. Edward no respondió. Ni siquiera parpadeó—. ¿Y esto? —Preguntó Anya señalando el cenicero repleto. Lo levantó con dos dedos, como si sintiera asco de simplemente verlo. Luego lo vació en el safacón, sin más. El olor de las cenizas cayendo le dio otro motivo para sentir asco—. ¿Volviste a fumar?
Edward movió la cabeza levemente, aún cuando Anya no lo miraba y no vería un gesto tan pequeño en insignificante.
—No lo hice. —Dijo rápidamente—. Te lo prometí. —Murmuró avergonzado.
Ella lo miró desd