2. ¿Puedo ser su esposo?

En el tenso silencio que llenaba la iglesia, una figura se abrió paso hacia el frente, capturando la atención de todos los presentes.

El hombre, con una presencia que imponía respeto, tomó con delicadeza la mano de Sophie, guiándola hacia el centro del altar.

Detrás de ellos, dos secretarios y un grupo de guardaespaldas seguían en formación solemne, asegurando que todos los ojos estuvieran puestos en ellos.

Al ver su acercamiento, los murmullos de la iglesia cesaron de golpe, dejando un silencio algo incómodo.

Se detuvo frente a los invitados y su mirada recorrió la multitud antes de hablar.

—Mis queridos amigos y familia —comenzó a hablar el hombre misterioso, su voz resonaba con autoridad en medio de la iglesia— Entiendo que mi presencia aquí haya causado sorpresa, la mayoría ni siquiera deben saber quién soy.

Sophie, aún temblaba ligeramente por la ansiedad del momento, miraba a ese hombre, tenía muchas dudas en la mente.

—Hoy debería haber sido un día de celebración y alegría para Sophie y para todos nosotros. Yo mismo viajé para estar presente en esta boda, pero nos hemos enfrentado a una tragedia inesperada —continuó el hombre.

El secretario, un hombre profesional y eficiente, se adelantó con su iPad en mano, listo para mostrar las últimas noticias a los invitados.

—Como muchos de ustedes ya deben saber, hemos recibido noticias devastadoras. El coche del novio sufrió un accidente grave esta mañana —la expresión sombría del hombre reflejaba la gravedad de la situación mientras ese secretario que lo acompañaba mostraba las imágenes de lo ocurrido.

Un murmullo de conmoción recorrió la iglesia.

La suegra de Sophie, incapaz de contener su angustia, dejó escapar un grito ahogado al ver cómo el coche de su hijo se estrellaba en el mar en uno de los vídeos.

—¡Mi hijo! ¡No puede ser!

—Lamento profundamente su pérdida. Este es un momento difícil para todos —dijo el hombre misterioso.

Hubo sollozos en la iglesia y él sólo miró a Sophie.

Al ver como la chica empezaba a llorar y no fue capaz de contenerse en acercarla a su cuerpo y rodearla con sus brazos en un gesto protector.

—Sophie, sé que esto es increíblemente difícil. Estoy aquí para ti —susurró él, asegurándose de que ella se sintiera apoyada.

En ese momento Sophie no sabía que pensar solo se aferraba al cuerpo que la abrazaba.

Era un completo desconocido para ella pero esa sensación de protección y tranquilidad que recibía al estar entre sus brazos la estaba reconfortando.

—¡Thomas! ¡Mi niño! —gritó la futura suegra al ver a través del iPad cómo sacaban el cuerpo de su hijo del agua—. Eso no puede ser verdad eso…

La señora ni siquiera pudo terminar su frase antes de perder el conocimiento y desmayarse.

El tío y otros familiares se apresuraron a correr a socorrerla, intentando reanimarla y brindarle consuelo.

Sophie, al ver la desolación en el rostro de la mujer que habría sido su suegra, no pudo contener sus propias lágrimas.

La realidad de que su futuro esposo estaba muerto.

Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, el hombre le limpió suavemente el rostro con el pañuelo en el que ella pudo apreciar la misma M que en el gemelo que guardaba, aquello hizo que un fuerte escalofrío le atravesara la espina dorsal.

—Sophie, estoy contigo en esto —susurró muy bajito para que solo ella lo escuchara.

—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Esto es demasiado! —exclamó el tío del novio.

—¡¡¡Sí!!!

El murmullo inquieto de los invitados comenzó a crecer.

La gente se levantó de sus asientos, algunos buscando consolar a la familia, otros buscando una salida.

Fue entonces cuando el hombre misterioso soltó delicadamente a Sophie y alzó la voz para dirigirse a la multitud.

—Por favor, les pido a todos que se mantengan en sus lugares —dijo con voz firme dejando claro que no se trataba de una simple solicitud.

Los guardaespaldas se posicionaron cerca de las puertas, reforzando la indicación de su jefe con su presencia imponente.

—¿Qué significa esto? ¿Por qué no podemos irnos? —preguntó otro invitado.

Él hombre miró a los presentes, su semblante había cambiado, en ese instante su expresión era completamente fría y una extraña sonrisa se dibujó en su rostro.

—La boda continua, sería de muy mala educación salir de la iglesia antes de que la ceremonia haya empezado.

—¡¿Una boda sin novio?! ¡Quiero encontrar a mi sobrino, debe dejarnos salir! —gritó el tío del novio molesto por lo que él hombre acababa de decir.

El resto de los invitados, se encogieron en sus asientos, mientras observaban el intercambio de palabras y miradas asesinas entre los dos hombres.

El desconocido levantó la mano lentamente en una señal que parecía cargar el peso del mundo.

En un instante, una sombra negra pasó como un relámpago, el tío se cubrió el cuello con las manos y la sangre siguió saliendo.

Hubo gritos por todas partes.

—Ya le he dicho, el cuchillo no tiene ojos.

La sexy mujer limpió el cuchillo manchado de sangre sonriendo.

El tío cayó al suelo sin vida, su cuerpo fue arrastrado fuera por los otros guardias con una eficiencia que helaba la sangre.

Los invitados, ahora presos del horror, se retiraron en sus bancos, algunos se abrazaron, buscando consuelo en sus seres queridos, otros murmuraron oraciones atropelladas.

Sophie, en el epicentro de esta tormenta, se quedó paralizada.

Su vestido de novia, una vez símbolo de un futuro feliz, ahora parecía una cruel ironía.

El hombre con el que hacía un instante se sentía segura ahora le daba miedo y se acercó a ella con caminar tranquilo y seguro contrastando con el caos circundante.

La tomó de la mano, una acción que en cualquier otro contexto habría sido reconfortante, pero ahora se sentía como una trampa.

—Tranquila, Sophie — su voz era un susurro que llevaba un matiz de algo oscuro y desconocido—. ¿Ahora puedo ser tu esposo?

Sophie, cuyos ojos habían estado fijos en el suelo, levantó la mirada hacia él.

Su rostro, pálido y conmocionado, era el de alguien que había sido arrastrado a una realidad alternativa.

Antes de que pudiera procesar completamente lo que estaba sucediendo, él la atrajo más cerca.

Su abrazo era inmovilizante, no un gesto de amor sino de posesión.

Se inclinó, su aliento rozaba el oído de Sophie mientras le susurraba palabras que deberían haber sido reconfortantes pero que, en cambio, en ese instante le produjeron auténtico terror.

—Sophie, ¿no me recuerdas? Mi hija adoptiva…

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