El barrio de Lara era un cuadrado de unas cinco cuadras de diámetro.
No era el barrio más grande de la ciudad de bonaerense, pero sí uno de los más poblados y la comisaría que debía cubrir los acontecimientos de la zona estaba dos kilómetros y generalmente daba demasiadas vueltas para actuar.
Pero esa noche, todo estaba patas para arriba.
Oficiales uniformados seguían llegando a la comisaría para reportarse pero no los dejaban entrar y el comisario, un hombre de unos sesenta años, algo regordete y de expresión ruda, estaba sentado en banco de los acusados de la sala de interrogatorio.
Dante Hatclifft se cruzaba de piernas delante de él.
- ¡Esto es inconstitucional! – protestaba el comisario.
Fuera, el revuelo era cada vez mayor.
- Dante – Carlos corrió hacia él, con las pantuflas puestas pero no pudo entrar en el cuarto – ¿Qué está pasando?
Dante escuchó los gritos de su secretario y presionó el botón del intercomunicador en el centro de la mesa.
- Algo le ocurrió a Lara y la policía