Lara, empeñada en conseguir un poco de paz y tranquilidad, de pronto tenía más ruido en la cabeza que cuando el personal de Dante se la pasaba cuchicheando detrás de ella en cada rincón de la casona.
- Tu jefe dijo que podíamos bajar a la piscina, así que traje a los mellizos para que se refresquen un poco.
- Gracias Luz – miró a su hermana con dulzura maternal.
- No es únicamente tu jefe, ¿No? – le preguntó pasándole un mate.
- ¿Por qué preguntas? – trató de disimular, avergonzada.
Lara hizo sonar el mate un largo rato, fingiendo que no sentía la mirada curiosa de su hermana.
- Porque te besó en cuanto bajaste del tren – le contestó como si fuera obvio.
Y es que lo era.
Que alguien tan reservada como Lara, que desde la muerte de Víctor prácticamente ni hablaba con otro hombre que no fuera Ignacio, se dejara abrazar y besar, era obvio que significaba mucho más que puro trato laboral.
- Oh… cierto – Lara maldijo en su interior.
- ¿Cuándo vas a contarme la verdad? – se acercó a ell