Ella iría a él.
Dante estaba sentado en el banco de concreto, con los codos apoyados sobre sus piernas y la cabeza gacha.
Lara iría a él. Respiró hondo.
El corazón le latía desbocado de felicidad.
Ella iría a él.
Fijo la vista en las vías del tren, veteadas por el óxido.
Su interior era una mezcolanza de cosas que se revolvían y hacían que su piel vibrara.
No ver a Lara lo ponía nervioso, así que estaba ansioso porque ese tren llegara.
Pero para ese momento, tenía que resolver algunas cosas.
Lara iría a él y no merecía bajar de ese tren a un mundo caótico y asfixiante.
Escuchar que ella quería paz y tranquilidad, lejos de aquella casona, le retorció el alma, porque durante esos días, sintiéndola cerca, viéndola por su ventana cuando ella salía con los niños, arrastrando mochilas y los perros persiguiéndolos, él desbordaba de felicidad.
Estaba tan feliz, que cada tanto, miraba el cielo y sentía el impulso de soltar un “Gracias”, cuando nunca fue de creer en lo que no podía ver, pero es que luego d