LO QUE PASA EN CÓRDOBA, QUEDA EN CÓRDOBA ¿NO?

Lara se despertó sintiendo todo el cuerpo blandito.

No recordaba cuándo fue la última vez que durmió tan bien.

Se estiró y la punta de sus pies rozó las fuertes piernas del hombre recostado a su lado.

Las imágenes de lo que hicieron la noche anterior la asaltaron.

¡Ese hombre no era impotente! Hizo con ella lo que quiso.

¡Por Dios! La potencia de ese hombre… Lara sentía que las mejillas le ardían.

Se permitió echar una última miradita al torso firme y bien marcado de ese hombre.

La blancura de su piel lucía encantadora en contraste con las sábanas oscuras.

Se mordió el labio inferior.

Para Lara, esa noche reinventaron las implicancias del sexo.

Nada de lo que había hecho con Víctor, ni siquiera en su mejor momento, era siquiera parecido a todo lo que experimentó con ese hombre.

Resistiendo las ganas de deslizar sus manos por los abdominales de Dante una vez más, Lara se levantó sigilosamente.

Recogió la ropa de su uniforme apresurada, el sol que se colaba por la ventana le indicaba que había dormido de más y tenía un vuelo que abordar.

Con su ropa interior, se encontró delante de su reflejo en el espejo de cuerpo entero.

Aún no se acostumbraba a mirarse en un espejo así.

Cada vez que notaba la manera en que la grasa corporal a los costados de su cadera, sobresaltaba ligeramente por encima del elástico de la ropa interior, se desconocía.

Tenía apenas veintisiete años… pero sentía como si hubiera envejecido toda una vida desde sus veintiuno.

¿A dónde quedó la Lara delgada y joven que había viajado a la capital para casarse con Víctor?

No era la maternidad, fue ese matrimonio lo que la hizo creer que eso era todo.

Y ahora que sabía que había mucho más, se sentía plena.

No volvería a dormir con un desconocido ni a cuestionarse a sí misma otra vez.

Ese hombre tenía razón, ella no se medía en comparación a Guadalupe y acababa de comprender que en realidad, Víctor nunca supo apreciarla.

Desvió la vista del espejo para terminar de vestirse y se giró hacia ese hombre una última vez.

La esquina superior de la sábana cubría apenas su cadera mientras dormía con una pierna descubierta.

Lo miró de los pies a la cabeza, grabando cada detalle en su memoria para esas noches en las que necesitara algo de consuelo.

Era una pena que no hubiera lugar para despedidas. Tenía un avión que abordar.

Salió del cuarto algo ansiosa.

- Lara, no tenías nada que probarte – se reprendió en voz baja, de camino al aeropuerto – siempre supiste que vales mucho, mujer, porqué tuviste que dejarte llevar así…

Dos horas más tarde, el avión de Lara aterrizó en el aeropuerto internacional de Ezeiza, decida a dejar todo aquello atrás.

- Fue solo una noche – se dijo – una aventura de una noche y nada más, no hay nada que Guadalupe pueda hacerte por eso.

Por su salud mental, era mejor no darle demasiadas vueltas.

En cierto punto, ya estaba acostumbrada a lidiar con Guadalupe así que, mientras no tuviera que volver a ver ese hombre, todo estaría en orden.

Fue lindo sentirse mujer por una noche, pero ahora que llegaba a su casa, no podía permitir que una aventura interfiriera en su maternidad.

Abrió la puerta y P**e, Paco y Pipo, sus perros, saltaron sobre ella.

- ¡Pedro, no terminaste la comida! – gritó Luz.

- ¡Pablo, busca tu mochila si quieres quedarte a dormir en mi casa esta noche! – gritaba Ignacio.

Lara sonrió.

- ¿Me voy de nuevo? – les preguntó divertida cuando no la notaron entrar.

- ¡Lara! – Luz la abrazó e Ignacio le preparó un mate.

Esa era su vida.

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Dante Hatclifft se sentó en la terraza, dando golpecitos con los dedos contra el apoyabrazos del sillón.

No podía dejar de pensar en ella.

- ¿Se encuentra bien, Señor? – le preguntó su secretario.

Dante negó con la cabeza.

- ¿Qué le ocurre? – se inclinó más hacia él, alarmado.

Ella, ocurría.

Ella y los estragos que causaba en su cuerpo.

- Llamaré al médico enseguida.

- No – soltó – solo… anoche...

- ¿Sucedió algo anoche?

De nuevo, ella.

Ella llorando, ella sobre su falda en ese sillón. Ella debajo de él, completamente desnuda, con el cabello despeinado y los labios ligeramente separados.

Ella recogiendo su ropa y saliendo del cuarto sin hacer ruido.

Carlos lo miró extrañado pero no preguntó nada más. Su jefe nunca daba explicaciones.

- ¿La lista de los empleados que asistieron en el evento de anoche? – le preguntó Dante.

- La tiene en su teléfono, Señor.

Dante tenía la manía de controlar absolutamente todo y aunque tenía una decena de empleados a su lado, entre secretarios y guardias de seguridad, revisaba la información de cada persona que estuviera a menos de cinco metros a la redonda de él.

Así que Carlos ya le había enviado esa lista.

- Esa lista no está bien.

- No, eso es imposible – Carlos negó con la cabeza.

- Revisé la lista tres veces.

- Señor Hatclifft, eso sería una falta muy grave a su seguridad ¿Revisó la lista de los guardias? Ellos registran cada persona que ingresa.

- También revisé esa – murmuró – Ella tampoco figura allí.

- ¿Ella? ¿Infiltraron una mujer?

Con todos los recaudos que tomaban para preservar su integridad ¿Cómo podía ocurrir algo así? No era solo el hotel, también había fallado su propia seguridad personal.

- ¿Hay algo en las noticias? – preguntó Dante, perdido en sus pensamientos.

La noche anterior, movido por el entusiasmo de su cuerpo, no fue prudente.

Colocar mujeres a su lado era una jugada típica de sus oponentes.

Si tenía un escándalo amoroso, su imagen estaría arruinada, acabando con su empresa y su puesto como primer ministro.

¿Podía ser ese el caso?

- Nuestra fuente en los medios no me ha alertado de ninguna noticia relacionada a usted.

- Que nuestra seguridad se encargue de averiguar si hubo más personas infiltradas, revisando los ingresos, nada más - Dante se puso de pie con la elegancia habitual -  Carlos, ven conmigo a ver las grabaciones del interior, quiero que me ayudes con algo que nadie más puede saber.

Delante de la delgada pantalla de la computadora portátil en la que veían la grabación de la cámara de seguridad, el secretario no podía creer lo que veía.

Carlos sentía una mezcla de sorpresa y molestia. Ella ¿Le quitaba la camisa a la fuerza?

Podía notar que su jefe intentaba detenerla… pero tampoco era como si él se alejara para evitarla.

En los últimos diez años que llevaba trabajando para él, no lo había visto a menos de dos metros de una mujer.

- Es… ¿Es la terraza? – le preguntó.

Dante no respondió.

- Señor – Carlos abrió los ojos como platos, ahora era Dante quien se aferraba a ella con fuerza al cargarla en sus brazos, sin dejar de besarla  - ¿Por qué la lleva hacia allá? ¡Por allí se ingresa a su cuarto!

El de los ojos azules se rascó el espacio entre las cejas.

Carlos sudaba.  Si esa grabación terminaba en los medios, sería un gran caos.

Que un hombre se deje llevar y tenga algo de intimidad con su mujer en la terraza de su casa, no era algo para espantar a nadie, pero que el primer ministro se dejara quitar hasta la camisa, a metros de un salón de lleno de figuras internacionales, era alarmante.

¿Qué pasó con él? ¿Cómo pudo cometer semejante error?

- Llamaré al doctor para que lo revise – murmuró Carlos - Tiene que haber sido drogado con algún afrodisiaco o algo por el estilo y esa mujer, claramente, se aprovechó de usted.

La noche anterior Dante tenía la guardia baja, la charla con su padre antes de viajar lo tenía pensativo pero esa mañana no.

Lo que Carlos decía era una posibilidad mucho más realista que asumir que su impotencia había sido curada milagrosamente.

- Señor Hatclifft… - con los resultados de los análisis en sus manos, el cerebro de Carlos se recalentaba tratando de entender lo que leía.

- ¿Qué encontraron? – preguntó Dante con cierta decepción.

Por un momento, se había ilusionado con que su cuerpo al fin funcionaba pero al notar la grave expresión de Carlos, se desanimó por completo.

- Nada – soltó Carlos.

- ¿Qué…?

- No hay nada, Señor – agregó – No hay rastros de que haya consumido absolutamente nada, todo es… ¡Normal!

Dante no podía creerlo.

Manoteó los estudios para revisarlos él mismo.

- Quizás, su impotencia siempre fue algo psicológico – reflexionó su secretario en voz alta – siempre supimos que esa era una posibilidad.

- Pero ningún tratamiento funcionó – murmuró – ni los medicamentos, ni las terapias, ni la hipnosis… 

Para cuando cumplió los treinta, lo había intentado todo.

- Necesito confirmarlo – concluyó, sosteniendo con fuerza los resultados de los análisis en sus manos.

- Po… podemos… buscar a alguien para que lo… lo intente – sugirió Carlos, algo incómodo por la naturaleza del asunto.

Ahora que había  probado lo que era amar a una mujer de esa manera, Dante no estaba dispuesto a resignarse a su impotencia.

- Y hasta comprobar que mi cuerpo funciona… - dijo con un gusto amargo en la boca y una mirada que estremeció a Carlos – quiero una dirección.

Hasta confirmar qué había ocurrido la noche anterior, no volvería a perder de vista a esa mujer.

- Tienes una hora para encontrar a la mujer de anoche.

Había logrado colarse en su cama y escapar ilesa, pero no podría esconderse de él por mucho tiempo.

Lara no sería más que un pequeño venado, saltando de un lado a otro, pero siempre dentro de la mirilla de un cazador frío y calculador.

Dante no era un hombre sencillo y nunca pensaba dos veces antes de hacer lo necesario para obtener lo que quería.

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